jueves, 30 de noviembre de 2017

Mis trenes

1971: Siendo adolescente hice mis primeros viajes en tren. A Barcelona, desde la Estación del Norte en el Arrabal. Y a Madrid, desde la "Estación de Madrid" (El Portillo). Eran trenes Expreso nocturnos, de color verde oliva, con altos estribos a los que los viajeros zaragozanos subíamos en horas intempestivas (hacia las 3 de la madrugada) para llegar con la mañana al destino.
En los compartimentos dormían los viajeros, a veces tendidos y ocupando varios asientos. Entonces había que despertar a alguno de ellos para sentarte. Eras recibido con un gruñido malhumorado, entre algunos ronquidos de los demás y el mareante olor a piés de los soldados, liberados de las botas, en ida o vuelta de un permiso a casa. Sus petates de lona, cargados de ropa apenas dejaban sitio para tu maleta.
En aquel tiempo, viajes como esos eran en mi entorno (y en el de casi todos) algo excepcional. Para mí, una vez al año, dos como mucho. Por eso, nervioso, llegaba a la estación con mucha anticipación, para no perder el tren.
En el viaje de vuelta, a la hora de la cena, aparecían los bocadillos, las tortillas en fiambrera (aún no se hablaba de Tupperwares) y los embutidos ("Pruebe, pruebe, que es casero").
Llamaban mi atención en otras vías los vagones azules de Wagoons Lits Cook, con sus compartimentos-habitación y su elegante comedor. "No son para mí", pensaba. Desde una visión del mundo infantil, provinciana y peliculera, despertaban en mi imaginación tramas de amores aristócratas, espías y asesinatos a lo Agatha Christie.
1977: Ahora era yo uno de esos soldados de permiso. Seguía subiendo al incómodo Expreso. Veía pasar otros trenes más caros, como el TER azul o el Talgo plateado. Tampoco eran para mí.
1980: Viaje de novios. Para una ocasión especial, viajé por vez primera en un tren especial. Era la joya de la coronoa ferroviaria española, el Tren Articulado Ligero Goicoechea-Oriol. Llamaba la atención la unión articulada, tipo acordeón, de los vagones y su velocidad... ¡llegaba a 100 km/h!
1980-82: Viajes de fin de semana entre Zaragoza y Binéfar (Huesca), localidad de mi primer trabajo estable, comienzo de nuestra vida independiente. Viajes en ferrobús, tren automotor a gasoil, parecido a un autobús, muy lento. En invierno, el olor de la estufa impregnaba y sofocaba el ambiente. Alguna tarde de domingo, viajando de pié.
Estos trenes siguieron en servicio hasta avanzados los años 80. Mi primer hijo los veía pasar y despedía con la mano en la estación del pueblo.
1992: Se inaugura el AVE Madrid-Sevilla; años después ya podíamos viajar desde Zaragoza a Madrid o a Barcelona ¡en hora y cuarto! Aquel mundo ferroviario de mis recuerdos fue desapareciendo. Cerraron las estaciones rurales. Aparte del AVE, magnífico y caro, no quedan casi trenes normalitos. Los viajeros humildes van a Madrid o Barcelona en autobús.
Todos estos recuerdos me han venido a la memoria visitando el Museo del Ferrocarril en Madrid.

2 comentarios:

  1. Un magnífico relato de la historia del tren en España, contado en primera persona y desde un punto de vista personal y sentimental.
    Aunque hoy en día el AVE se ha tragado al ferrocarril popular, mantengo hacia él el recuerdo romántico de los compartimentos en los que a veces se establecían efímeras aunque intensas relaciones personales.
    Un saludo.

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